Si con «De la Tierra a la Luna» dejábamos con cierta preocupación a nuestros amigos Barbicane, Michel Ardan y Nicholl en órbita en la Luna sin llegar a ella, en esta segunda parte nos explica Julio Verne lo que ha pasado.
Ha habido, en primer lugar, un error en los cálculos de la velocidad inicial que tenía que conseguir el proyectil al salir disparado del cañonazo, pero esto no resultaba ser problemático ya que el proyectil al final era un poco más ligero de lo previsto con lo que no era traumático el problema.
El verdadero problema vino cuando un bólido se acerca tanto al proyectil en pleno espacio que hace que levemente se desvíe de su rumbo, y forme una elipse que haga que esté muy cerca de la Luna pero no se acerque. Esto hace desesperar a los miembros del equipo, sobre todo a Michel Ardan, pero el espíritu aventurero de los 3 hace que, pese a todo, empiecen a observar detenidamente la Luna y su orografía de paso que están tan cerca de ella.
Al final, después de haber visto la cara visible y haber pasado por la cara oculta de la Luna, a Michel Ardan se le ocurre la idea de que, ya que no van a caer en la Luna, recuerda que tienen unos cohetes para amortiguar la caída a la Luna si cayeran; con lo que, ¿por qué no aprovechar esos cohetes para impulsar al proyectil a la Luna? Lo hacen, pero en vez de caer a la Luna, caen directos a la Tierra.
Concretamente al océano Pacífico donde un barco que está enterrando cables submarinos ve cómo cae el proyectil y enseguida mandan refuerzos para recuperarlo. Como por suerte el proyectil flota al estar hueco por dentro, después de una semana más o menos los rescatan, y se convierten en héroes que van viajando por todo el país contando su hazaña.
Así acaba esta gran historia de Julio Verne.
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