Una vuelta de tuerca más a la historia hipotética del vampiro original, Drácula. Si habíamos visto a un Drácula sanguinario, a un Drácula medio tonto y romántico, y un Drácula animal total y malvado, ahora toca ver al Drácula «bueno».
Este Drácula es un príncipe de la pequeña región de Transilvania el cual está exasperado por el incipiente peligro de los otomanos (turcos) que a cambio de no sojuzgar y conquistar dicha región, le exigen no solo un tributo anual, sino que ahora le exigen que dé a 1.000 niños (incluido el hijo del protagonista) para aumentar su ejército y seguir con sus batallas para conquistar toda Europa.
Claro, el príncipe no quiere, pero el ejército turco entonces dice que acabará con toda la región, y para conseguir poderes recurre a beber la sangre de un vampiro que se esconde desde hace siglos en el interior de una oscura cueva de sus montañas. Y al conseguir dichos poderes, empieza a destruir a parte del ejército turco y a pesar de eso el ejército turco, herido pero no derrotado, sigue su marcha hacia Transilvania.
Al final los transilvanos tienen que huir pero consigue matar a todo el ejército que queda turco, con la ayuda de nuevos vampiros que él mismo hace beber su sangre para también tener poderes. Se suicida puesto que entiende que en el mundo no tienen que existir tantos vampiros, y con sus poderes hace que las nubes se vayan y el Sol hace el resto.
Como sorpresa final, de las cenizas del protagonista le hacen caer unas gotas de sangre y revive, y en pleno siglo XXI y año 2015 resulta que lo vemos por ahí andando junto con el vampiro que le dió los poderes que le sigue el rastro. En fin, curiosa película que le da una vuelta de tuerca más a este género de películas.
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